lunes, 9 de mayo de 2011

El triste brillo de los diamantes

Por Irene Casado Sánchez


La producción anual de diamantes supera los 26.000 kilos, la mitad de ellos proceden de África. La realidad de las minas de diamantes de Sierra Leona, Angola, la República Democrática del Congo o Zimbabue, controladas por jeques locales o gobiernos corruptos, es desoladora. Los trabajadores nunca han odio hablar de un sueldo fijo, sus ingresos dependen en exclusiva de su éxito en la búsqueda de diamantes. Bucear en los ríos o cavar hondos agujeros en la tierra forma parte de la rutina diaria de los mineros. Muchos de ellos mueren, pero aceptan el riesgo con tal de no morir de hambre, aunque la alternativa pueda también acabar con sus vidas.



Hasta 1870, cuando se inventó el concepto “Diamonds are forever”, la cosecha mundial de diamantes no superaba unos cuantos kilos al año. Tras el triunfo de una campaña de marketing que caló en el mundo occidental, el proceso de producción de diamantes no ha cesado. Durante la mayor parte del s.XX, De Beers, una empresa sudafricana, controlaba el 80% del mercado mundial de diamantes así como la mayor parte del mercado africano. El monopolio de la empresa fue acusado de ser una explotación más de África por el hombre blanco. La acusación tenía fundamento, la empresa era de Sudáfrica, el país del apartheid, donde la discriminación racial estaba a la orden del día. En 1994, tras el fin del apartheid, De Beers comenzó a vender sus yacimientos. En la actualidad apenas controla el 40% del mercado mundial. Los empleados de dicha empresa están organizados en sindicatos, tienen derechos, pero no sucede lo mismo con los trabajadores de las minas freelance, su trabajo se aleja de la dignidad y se acerca a la esclavitud.

Los beneficios obtenidos de la venta de diamantes han financiado numerosas guerras. Los movimientos rebeldes, la mayoría de Sierra Leona y Liberia, financiaban sus guerras a través de los diamantes extraídos, en condiciones de semiesclavitud, en los territorios bajo su mando. La intervención de ejércitos de países como Angola, Ruanda o Zimbabue en la guerra del Congo se debió en gran medida a la riqueza mineral de este país. Los diamantes nunca han estado exentos de conflicto. Hoy se tiene conocimiento de que Hezbolá, un grupo armado palestino, financia gran parte de sus operaciones a través de la compra y venta de diamantes africanos.

En 2002 numerosos gobiernos, la industria de diamantes y varios grupos de derechos humanos pusieron en marcha un plan para imponer cierto control sobre el comercio de diamantes. El resultado fue el Proceso Kimberley, según el cual se vigila el origen de los diamantes para asegurar que detrás de su venta no hay conflictos militares. La iniciativa, apoyada por Naciones Unidas, ha ayudado a reducir la venta de estos diamantes en el mercado internacional a un 1%.

A pesar de los numerosos esfuerzos por hacer del mercado de diamantes un negocio transparente, aún existen áreas de abuso no controladas por el grupo Kimberley. No se trata de grupos armados sino de gobiernos y mafias que utilizan el mismo grado de violencia y explotación. Zimbabue es uno de los casos más llamativos. Robert Mugabe, presidente del país, muestra sin ningún recato su desdén por el proceso Kimberley o las agencias de derechos humanos. Ilegalidad y maltrato están presentes en el distrito de Marange, al este de Zimbabue, donde se encuentran las minas de diamantes. La agencia de derechos humanos, Human Rights Watch, asegura que el ejército de Mugabe mató a más de 200 personas durante la captura de los campos de diamantes de Marange el pasado año. Todos los beneficios obtenidos por la venta de diamantes van a parar a los bolsillos de los oficiales del ejército y los altos funcionarios del Gobierno de Mugabe. Mientras niños y adultos son sometidos a trabajos forzosos, torturados y violados si no cumplen bien su trabajo.

La crisis económica actual azota más que nunca al pueblo africano. Según el Wall Street Journal, el año pasado cerraron 1.500 joyerías en EEUU, y este año se calcula que cerrarán unas 900. Los ciudadanos de los países occidentales se han dado cuenta de que las joyas carecen de valor real. Los que pagarán el desengaño de los países ricos y el colapso de la vanidad serán de nuevo los africanos, los más pobres, los más indefensos. Ahora que la demanda ha bajado los mineros serán explotados aún más.

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